El hombre oso
Sólo tengo un recuerdo
Aquel día de verano, cerca ya del otoño
Los madroñeros cargados de frutos
Y la somnolencia que me entró, después de comer unos cuantos,
Quizá superé lo permisible
Y el sueño me venció.
Ya está llegando el otoño. Han pasado las palomas, los estorninos. Pronto pasarán las grullas y llegarán los fríos y las nieves. Yo no encuentro la manera de volver al pueblo.
Y si alguna vez me acerco, como me pasó el otro día, mientras comía toda la miel de las colmenas del valle, empiezo a oír tiros y gritos de personas y perros que vienen hacia mí.
La verdad es que no me hace falta de nada, me ha crecido un pelo pardo y tupido por todo el cuerpo y, como no me lavo, ni uso calzado, las uñas se me han puesto negras, largas, afiladas y brillantes.
Además me he puesto muy gordo, pues siempre tengo hambre y me las ingenio para buscar la mejor comida: castañas, nueces, avellanas, frambuesas, madroños —por supuesto, todos los que puedo—, y otros frutos del bosque, que hasta ahora no los había probado y me están produciendo verdadera adicción.
Mi familia ha venido a buscarme, aunque les encuentro un poco raros.
No tengo nada más que estirar los brazos y vienen mi mujer, mis hijos y mis sobrinos y todos vamos a por comida.
Y lo que nunca imaginé que fuese capaz de hacer, derribé de un manotazo al mastín del pastor. Allí quedó desangrándose.
¡Si se lo contase a mis amigos del bar!…
Y mi mujer, después de tantos años, ¡¡está en celo!!
¡Cómo disfruto! Y no le importa mi falta de aseo.
Sin embargo, mi vecino me dio un manotazo cuando me vio que me acercaba a ella.
No lo entiendo.
Y por supuesto, le lancé un rugido, que cayeron las castañas de los árboles.
Nunca me he encontrado tan fuerte y, —¡por fin!—, soy el que mando.
De vez en cuando llegan los cazadores y, por mucho que les explique a mi mujer y a mis hijos que son mis amigos…
Echan a correr, y yo detrás, claro. Pero estoy tan gordo que tengo que usar las manos y los pies. Entonces, sí que echo de menos mis botas de suela de neumático.
Ayer derribamos con el costado la puerta de una borda. ¡Qué banquete!
Yo sólo comí cinco o seis quesos de los grandes, casi un cesto de huevos y un par de gallinas que me llevé en la boca.
Parece que el otoño se alarga y no tengo ninguna prisa por volver al pueblo.
Estoy muy gordo para andar tanto, además, no puedo desperdiciar las castañas y las bayas que quedan en el bosque.
Y mi familia tampoco me insiste, al contrario.
Hace tres días que entraron en una cueva a dormir un rato, y allí siguen.
Así que terminaré de limpiar este castañal y me retiraré.
El sueño me vence… ¡¡¡AHUGRGGRGRGRG!!!